Estimada señora:
sí que, con su difunto, hemos sido amantes.
Durante años,
oliéndonos,
nos hemos seguido el rastro
para otorgarnos la cena amarga
de comernos el corazón.
Quemados vivos por la autoridad
nos hemos mirado el fuego
con paciencia dulce.
Decapitados,
nuestras cabezas han rodado
siempre hacia la misma dirección.
Trituradas las manos
por la pisada de bota militar
no hemos podido separar el miembro izquierdo
por la juntura hasta los huesos.
Así, el dolor de los amantes.
Así, con una misma boca
escupimos la cara mohosa del amor.