Tras la liturgia
en la que el padre
da vuelta sobre mi vestido
el cáliz lleno de clorinda
veo en el espejo
el horror de la herencia
me maldigo hasta las células
me sumerjo en la tina
y trago litros de agua jabonosa,
pero no muero
porque el padre dice que los santos no pueden morir
me maldigo más
la suerte
me maldigo la madre
con las piernas abiertas recibiendo el espíritu
me maldigo el cetro
que en el cajón del velador
espera enhiesto que le entregue
el poco fluido que queda de mi
me maldigo tanto
que me canso
y me dejo bendecir.
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